Esta chica insolente que ves aquí, te ama ♥ ************************************************************************ Veo tu sonrisa y te odio, te odio.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Llora silenciosamente, como se le ha hecho costumbre. Llora, como caso todos los días, en el parque, a unas dos o tres cuadras de su casa. Va allí como si ese lugar la hiciera feliz. Va allí como si las hojas secas que caen de los árboles le dieran algún consuelo, como si su color marrón opaco irradiara palabras de aliento; como si los pájaros que allí cantan, entonaran hermosas melodías sólo para ella; como si los niños que todos los días corren de un lado a otro, siendo perseguidos por sus padres, fueran a contagiarle esas enérgicas y verdaderamente alegres sonrisas.
Ha estado acudiendo a ese banquito, algo alejado de toda la multitud, por casi un mes; ha llorado por casi un mes en ese mismo lugar, casi, casi a la misma hora de siempre, y aún no ha ocurrido nada. Su corazón está roto y ella, sinceramente, duda que pueda repararse de alguna forma, ya no alberga ninguna esperanza de ello. Incluso, y cada vez de hace más frecuente, hay días en que ni siquiera sabe por qué llora; no sabe por qué sus lágrimas salen con tanta facilidad, por qué su pecho duele tanto. Y cree que, simple y llanamente, necesita llorar, sin ninguna justificación, sólo necesidad. Todos los días, o casi todos, va a aquél banquito, se sienta, suspira melancólicamente, y libera las lágrimas que rogaban por salir.
Y ya no quiere llorar más, en verdad quiere dejarlo, pero simplemente no puede, no puede hacerlo por más que lo intente con todas sus fuerzas. Pero no se puede evitar sufrir, es casi imposible. Porque si amas, sufres. Sencillo. Y la razón de su sufrimiento es él. Ese tipo que osó enamorarla perdidamente, que la sujetó con fuerza de sus brazos y que no la dejó ir. Y ella sabe que se enamoró de un tirano, de alguien a quien no le importan los demás, que sólo piensa en él y en lo que él quiere. Sus sollozos irradian agonía y melancolía, al recordar los primeros días, al recordar cómo era antes aquél que ahora casi no conocía. Cierra los ojos y ve a un chico de suaves cabellos negros resplandecientes, de piel clara y ojos miel. En su ilusión observa su sonrisa, tan inocente y llena de ternura, tan..., tan pura. Y se ve también a ella misma, ambos entrelazando sus manos, caminando hacia el futuro que esperan sea brillante y lleno de felicidad.

—Qué ingenuos —siempre se repite, mientras con un pañuelo floreado intenta ocultar el rastro de sus lágrimas.
Se levanta lentamente del banquito, guardando el pañuelo en un bolsillo de su abrigo. Se da cuenta que hace frío, ya están en invierno; abrocha su abrigo y comienza a caminar por los alrededores. Mientras mira cómo los alegres niños juegan, se pregunta cuántos inviernos ya han pasado desde aquéllas épocas felices, desde las sonrisas cómplices, los susurros de los ojos, los mágicos roces que producían tantas sensaciones en cada parte de sus cuerpos, los besos que emitían electricidad radiante, el amor. Suspira. Ya no sabe dónde quedaron, incluso esos días parecen una ilusión para ella, sólo eso. Mira al cielo y, de repente, una pequeña gota de agua cae justo en la punta de su respingada nariz.

—Lluvia —susurra a nada en particular. La lluvia le recuerda a su primera cita con él. Habían preparado todo, tenían pensado ir a ese mismo para poder hacer un picnic. En la televisión habían anunciado que estaría soleado y caluroso, sería un día perfecto; en cambio, a los pocos minutos de llegar al parque, había comenzado a llover y toda la comida se había arruinado. Habían corrido lo más rápido que podían hasta debajo de un gran árbol ubicado casi al centro del parque, junto a unos bancos. Y aun así, a pesar de todo eso, habían podido recoger un poco de comida y se la habían pasado, casi dos horas, debajo del árbol, siendo levemente mojados por las pequeñas gotas que sí lograban atravesar las abundantes hojas del imperioso árbol.
Y ahora esa misma lluvia la empapa en el mismo parque. Pero ella sigue caminando, no se da por vencida, no será más lastimada.
Él siempre la ignora, cuando llega a casa es como si ella no existiera. "Hola, adiós, gracias, buenas noches, buenos días" son casi las únicas palabras que comparten durante todo el día. Él ya no le cuenta qué hace en el trabajo, él ahora sólo trae el dinero y la comida a la casa y ella los gasta en los dos, así, simple. Y pensar que antes podían pasar dos o tres horas hablando animadamente de cualquier cosa, "—Hey, el clima está muy bonito hoy, ¿no crees? ¿Quieres ir a dar una vuelta? Hagamos cualquier cosa; compremos un helado, vayamos a las tiendas, cualquier cosa, pero quiero estar contigo", pero ya no, ahora sus charlas son frívolas, simples, casi sin palabras.
Ella todos los días se promete no llorar más por alguien así, por alguien como él. Y todos los días rompe su promesa, porque no importa qué haga, ella sigue amando a aquél hombre que todos los días la hace sufrir.

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